No dijimos nada. Y yo no podía evitar sonreír. Mi mirada, totalmente vertical, se centraba en un punto indefinido del cielo. Me parecía increíble ver las ramas caprichosas de los árboles apenas contrastadas por el cielo anaranjado. De vez en cuando se veía alguna estrella. No faltaba mucho para el amanecer. Tus brazos en torno a mí. Temblaste de frío. Te abracé. Te besé. No dijimos nada. La noche siguió. Sonreímos. La noche terminó. No dijimos nada.
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